Texto de su nieta confeccionado con los testimonios de sus hijas:
Mi abuela materna se llamaba Aurelia Rosell Palau. Nació en
El Vendrell el 25 de septiembre de 1912, era la pequeña de siete
hermanos. Su padre, Jaume Rosell Carreras, carretero de
profesión, era también guardabarreras. La casita del paso, así
era como le decían, se encontraba en medio de los campos, en las
afueras del Vendrell, entre márgenes de piedra seca y bancales
de algarrobos. Justo al lado de las vías, había un huerto, una
higuera y un membrillo. La casita era pequeña y austera con el
espacio justo para guardar los utensilios de trabajo, una silla
y una estufa para calentarse y pasar el crudo frío del invierno.
Aurelia le gustaba acompañar a su padre, hacerle compañía en las
largas tardes tediosas, jugar al huerto y sacar la bandera roja
para señalar el paso de los trenes. Cuando él murió le sustituyó
en el paso a nivel. En este escenario la abuela conoció al que
sería su marido, un fogonero bajito y apuesto que se llamaba
Ramón Borrell Mateu. La abuela era una mujer, morena y fuerte;
desde muy joven vestía de negro porque en una familia tan grande
siempre se estaba de luto. En la foto del paso a nivel de El
Vendrell debía tener unos dieciocho años, aunque el negro la
hacía parecer mayor.
En 1935 se casó con Ramón que ya era maquinista y ya no volvería
a ejercer de guardabarreras. Como tenía buenas manos para coser
aprendió el oficio de modista. Se establecieron en Vilanova, en
la calle del Col·legi. La casa hacía esquina con la calle de
Correu y la calle de Sant Felip Neri, estaba bien situada cerca
de la estación. Enseguida vinieron las niñas. Primero la
Encarnación que se llevó el nombre de la abuela materna; después
Dolors y por último Roser. Aurelia siempre estaba atareada
porque el abuelo pasaba largas temporadas fuera de casa, le
preparaba la comida para dos o tres días y la ponía en una cesta
de mimbre que llevaba a la estación para dársela cuando pasaba
con el tren. La cesta volvía a casa llena de naranjas, cerezas,
mistela o avellanas según el recorrido del tren. Cuando el
abuelo llegaba era una gran alegría para todas, la abuela se
apresuraba a prepararle el baño y lavar la ropa sucia de hollín
y grasa que nunca se limpiaba del todo. La abuela Aurelia era
bien conocida en el barrio, siempre alegre y contenta le gustaba
cantar, ir al cine y al fútbol. El juego de la pelota se
convirtió en una auténtica pasión y nos da buena fe del carácter
fuerte y emprendedor de esta mujer que murió a la edad de 55
años en su pueblo natal el día Santa Teresa, por la Feria del
Vendrell.
Mónica Rovira Borrell